19 enero, 2009

Las inversiones forestales ante el cambio climático

Que la economía es una parte menor de la ecología es una idea que pocos se atreven a poner en duda. Tan cierta como que el cambio climático existe, potenciado y acelerado por el factor humano. Si no actuamos inmediatamente y con acciones contundentes, dice el propio informe Stern, la crisis climática afectará en torno al 20% del PIB en los países de economía avanzada. Por eso resulta tan urgente e imprescindible dar un giro a la economía y volver a integrar el árbol como matriz y motor de la vida. Por eso, y porque la historia nos enseña que el bosque precede a las civilizaciones y a estas le siguen los desiertos.

Una parte importante de la economía de los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y de países como Suecia, Alemania o Estados Unidos, está asentada en los activos forestales y su explotación. Se trata de los países que disponen de un mayor número de árboles por habitante. En Estados Unidos, la creciente demanda de estas inversiones ha tenido como consecuencia la aparición de empresas gestoras especializadas en explotaciones forestales -Timberland Investment Management Organizations (TIMCOs)- o sociedades de inversión que poseen grandes extensiones de bosque -Timberland Real Estate Investment Trusts (REITs o TREITs)-.

Ese es el modelo que debemos seguir en este país en el que disponemos de alrededor de un tercio del total de la superficie declarada públicamente como forestal, completamente desarbolada. En esos varios millones de hectáreas (equivalentes a más superficie de lo que significaría la totalidad de Andalucía, Murcia y Castilla la Mancha juntas) hay que actuar con plantaciones en las que la inteligencia pacte con la biodiversidad y lo autóctono, y se recupere la multiplicidad de usos como clave del diseño. Debemos apostar porque esas plantaciones se consoliden como una alternativa seria, capaz de generar más PIB a la sociedad y a las cuentas del estado, de lo que, hasta hace unos meses, lo hacía el modelo económico caduco, basado en la construcción irreflexiva, insostenible e innecesaria.

Los árboles crecen con el CO2 que recogen de la atmósfera y lo fijan en materia orgánica y en madera. Sólo por cumplir esta función deberíamos plantar cientos de millones de ellos, para generar un reequilibrio, cuando hemos sobrepasado con largueza las cifras convenientes de partículas de carbono por millón en la atmósfera y los millones de hectáreas ferozmente desertizadas en todo el planeta en general y en la península ibérica en particular.

El crecer del árbol es uno de los recursos más directos e inmediatos de que disponemos para que sigan existiendo el ciclo del agua tal y como lo conocemos ( piénsese por ejemplo en las cabeceras de los nacimientos de los ríos, en los que mantienen sus bosques y en los que los han esquilmado o arrasado) las lluvias, el hielo de los polos, las corrientes marinas también los frutos, la fauna, y en definitiva, el equilibrio mágico que permite la vida de los seres humanos.

Estamos sin duda ante un cambio de ciclo y de paradigma y las inversiones forestales van a ser una herramienta de primera magnitud en esta nueva época. Plantar árboles será el equivalente a la fabricación del acero de entreguerras, con la variante de que si desde los inicios de la revolución industrial la economía creció hacia donde impusieron los grupos de poder determinantes, desde la percepción de que los recursos eran infinitos, ahora sólo puede hacerlo en una dirección: sabiendo que estamos agotando los recursos y que en casos como con los árboles de un modo ya preocupante, cambiando las fuentes energéticas de fósiles a limpias, devolviendo a la naturaleza lo que se le ha expoliado en un sinsentido irracional.

Si con el acero se levantaron edificios, caminos y maquinaria bélica e industrial, con los árboles, además de todo lo anterior, podemos construir la única paz posible. Podemos dejar sin motivos a las guerras por falta de agua, por falta de alimentos o de economías sólidas.

Restaurar los bosques es lo que nos traerá la concordia, por el equilibrio y por la creación de una gran riqueza, capaz de generar millones de puestos de trabajo, conteniendo y desarrollando las zonas rurales, frenando las migraciones de la miseria, descomprimiendo las ciudades. Además de aportar las materias primas, con bosques comestibles multifuncionales, los árboles pueden devolvernos el sentido común perdido y una posibilidad real de seguir juntos y vivos en esta nuestra casa común.

Por necesidad social, por obligación moral, por la creación de una economía real, sólida y reutilizable, por oportunidad histórica, por acción defensiva de la vida de los humanos en el planeta, por y para reiniciar el ciclo vital, hay que plantar árboles y crear bosques para una nueva civilización que resurja de su cobijo y amparo.

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